martes, 6 de noviembre de 2012

Vinilo es cultura.


Con más de cien años de historia, el formato por excelencia en calidad de sonido vuelve a las bateas con ediciones nuevas y reediciones que lo posicionan como una alternativa con vigencia a la hora de consumir música.




  Cualquiera podría creer que frente al desbarajuste que está sufriendo la industria discográfica a causa del avance de la era digital, en la que la música se comparte de forma gratuita por Internet, los discos de vinilo serían el último recurso al que acudirían artistas y empresarios para amainar un poco la caída de las ventas. Cualquiera puede equivocarse.
  Desde 2008, el porcentaje de crecimiento de las ventas de vinilos superó ampliamente al de los discos compactos. Si bien los CD siguen siendo los preferidos a la hora de comprar, la caída del formato es inminente. Mientras tanto, el vinilo se posiciona como un bálsamo relajante para los amantes de la alta fidelidad que son reacios a la idea de acumular música en formato digital.
  Sus orígenes datan de 1888, cuando Emile Berliner registró una máquina capaz de grabar y reproducir sonidos, muy similar al fonógrafo de Thomas Alva Edison, pero con la diferencia de que utilizaba un disco plano, el gramófono. Seis años más tarde, la compañía Gramophone produjo los primeros discos comerciales de cinco y siete pulgadas, y en 1902 se pusieron a la venta en Europa los primeros discos de diez pulgadas que contenían una grabación de Enrico Caruso.

  El sonido puede ser reproducido desde un disco de vinilo gracias a las vibraciones que generan los surcos del disco mientras gira a ciertas velocidades, 33 y un tercio de revoluciones por minuto (RPM) que es lo más común, al rozar con una púa, ubicada dentro de un mecanismo que convierte esos movimientos en señales eléctricas generadas por un imán y una bobina que luego son enviadas al amplificador del tocadiscos para después llegar a los altavoces y a los oídos humanos.
    Aunque con variaciones en su fabricación, materiales y medidas, el disco de vinilo fue el soporte musical por excelencia durante el siglo pasado. Los discjockeys los eligieron y eligen como favoritos aún en la actualidad por su gran fidelidad de sonido, aunque no por la comodidad. Para eso está el CD, que empezó a comercializarse a mediados de la década del ochenta y sumó adeptos casi instantáneamente al simplificar la cuestión del espacio, ya que ocupa casi una cuarta parte de lo que es el vinilo.
     Hoy por hoy, el CD es el medio por excelencia. Según la Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas (CAPIF), en 2009 se vendieron 13.591.618 unidades en todos los soportes físicos, de los cuales un 89 por ciento fueron CD. Aunque la piratería y la libre circulación de datos por Internet lo están llevando al olvido, las discográficas se empeñan en sacarlo a flote. Fernando Cáliz, cantante de Gazpacho, sintetiza: “Para evitar la crisis, las compañías tienen que salir con las reediciones, remasterings y tantas otras cosas. Se manejan de formas muy curiosas que yo no logro entender”. Sin embargo, desde la sede Argentina del sello EMI aseguran que vender vinilos colabora en las ventas pero no es la salvación para la alicaída industria discográfica y advierten que las companías deben asociarse al merchandising, a los shows y pensar en nuevas estrategias.
      Basta ir a una tienda de discos para confirmar que los vinilos han ganado lugar dentro de las bateas como nunca desde el surgimiento del CD. La banda británica Coldplay, que editó su último disco, Mylo Xyloto, en este formato, entre otros como Iggy and the Stooges, Gorillaz, Pink Floyd, Arcade Fire, Arctic Monkeys, Bruce Springsteen, Paul McCartney y Eddie Vedder que fueron importantes para este resurgimiento que se dio desde 2008.
    Su fidelidad de sonido es completamente irreproducible en soportes digitales, por lo menos hasta el día de hoy. Y la calidad de los discos nuevos que se editan es aún mayor que la que tenían tiempo atrás y hasta supera a la de los discos compactos que se fabrican en el presente. Para las generaciones de melómanos que crecieron con el CD, esa fue la puerta de entrada de un mundo que se desarrolló con la era digital en cuanto a la búsqueda de nuevos artistas que de otra forma serían inaccesibles, para después volver a los orígenes del sonido más puro.
    Desde el lado de los artistas, este fenómeno se explica no sólo como un gusto que se dan musicalmente sino también como una forma de escapar a las caídas del consumo de discos como cultura. Las descargas de discos por Internet, ya sean legales o no, privan al oyente de otro aspecto artístico que tiene un disco, su arte. Esto lo supo aprovechar el vinilo, ya que hoy no solo es el CD el que brinda ese condimento. Discos novedosos en los que se aplican colores en su fabricación o innovaciones por el lado del diseño del arte en general llevan al vinilo al lugar de competidor ferviente que ocupa hoy en día.
     Sin embargo, no todo es color de rosa. También están los que limitan este formato a un ámbito de culto. Con el auge de las ferias de coleccionismo discográfico que se da tanto en la Argentina como en el resto del mundo en las que la gracia está en encontrar joyitas, la salida de ediciones nuevas de estos discos hace que los antiguos pierdan valor. Sobre el tema, el conductor Enrique “Karpy”  Karpinsky aseguró: “El vinilo es  para coleccionistas o fans”.
  Como sea, el disco vinilo que parecía obsoleto en los tiempos que corren se convirtió en lo que podría ser la salvación, no para la industria discográfica que fue herida de muerte por la aparición de Internet como herramienta para compartir contenidos, sino para quienes disfrutan la música desde lo físico, lo auditivo y lo sentimental de encariñarse con un objeto que, aunque ya tiene sus años, sigue girando.


El tocadiscos no ha muerto
      El polifacético Jack White demostró que sus bondades dentro del ámbito musical no se reducen a la ejecución de instrumentos sino que también abarcan su incursión en la industria desde adentro. Con la creación de Third Man Records apuesta fuerte al vinilo como objeto de culto y le da una vigencia impensada en tiempos de digitalización.
      El ex White Stripes encontró en la ciudad de Nashville el lugar ideal para desarrollar un concepto que incluye una disquería, apuntada a satisfacer las necesidades de melómanos interesados, y un sello propio, para permitirse innovar libremente en la música en todas las acepciones de la palabra.
      En 2009 y en un contexto de búsqueda de “nuevas formas de observar el arte y la producción de vinilo”, como él mismo lo plantea, abrió las puertas de su local en el que además de comercializar discos, se organizan conciertos, muestras de fotografía, exhibiciones de arte y se gesta algo que podría denominarse como un laboratorio musical en donde las ideas de su creador se materializan.
      Más allá de lo que se pensaba que podía llegar a ser el nuevo capricho de White, apareció el ya patentado Triple Decker Record, un vinilo de “tres lados” que junta un disco de siete pulgadas y otro de doce en uno. Otra de sus invenciones, el vinilo de 3 RPM, contiene 25 singles que han sido editados por su sello y que sólo pueden ser reproducidos en tocadiscos que permitan el cambio de velocidad, si no se tardaría horas en escuchar una sola canción.
      En cuanto al arte de los discos, el sello Third Man Records sorprendió con la implementación de tonos de colores en el mismo material del vinilo, tintes que los hacen brillar en la oscuridad, esencias, como en el caso del LP de Karen Elson que huele a durazno, o el más reciente single Sixteen Saltines, editado en un vinilo transparente  que contiene líquido azul.
      Este año se llevó todos los títulos de innovador con el lanzamiento de su sencillo Freedom at 21, que está dentro de su flamante disco solista Blunderbuss, y cuyas copias editadas en un formato de vinilo flexible fueron lanzadas al aire atadas a globos inflados con helio y con un mensaje adjunto que invitaba a quien lo encontrara a compartir en internet el lugar donde fue hallado. Un genio.


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