jueves, 26 de julio de 2012

El show del true-man

¿Hasta donde pueden llegar los medios en su afán de conquistarlo todo? The Truman Show muestra, en parte, cómo la televisión llega a tener el poder de espectacularizar la vida de un hombre verdadero, como la conjunción de términos en inglés true-man indica.
    La película de 1998, ganadora de tres premios Oscar, tiene a un Jim Carrey en el papel estelar de Truman, el experimento de reality show que un productor, encarnado por Ed Harris, creó para seguir en vivo y en directo la vida de un ciudadano de apariencia común desde su nacimiento hasta el día de su muerte.
      La trama gira en torno a las decisiones que Truman toma en la cotidianeidad de su existencia. Está casado, tiene amigos, tiene trabajo y es el único dentro del círculo en el que se maneja que no tiene pautado por el director qué es lo que va a decir o hacer. Las 24 horas de los 365 días de cada año que lleva viviendo han sido un montaje del que nunca tuvo idea.
     El mundo en el que vive está pautado para él. Le han creado sus miedos, lo han aislado para que nunca tenga ambiciones, proyectos. Lo han hecho el hombre postmoderno modelo, que vive el día a día sin ninguna seguridad de que la ilusión de futuro que tiene en su cabeza vaya a hacerse realidad. Los sueños que tiene han sido tapados con avisos comerciales de cocoa, sus planes se reducen a un negocio comercial en el que la única regla es la medición de audiencia.
     La llegada de una mujer que le comenta que todo es una farsa pone en duda sus conocimientos del mundo, pero no le dan el coraje para afrontarlo. El clic de su cabeza llega mucho después cuando las sospechas se convierten en realidades que, al fin y al cabo, que ningún productor, por mejor que sea, puede imitar la realidad al cien por ciento. Ese es un trabajo que sólo una entidad suprema, llámese como quiera, puede hacer.
     El film es un reflejo del consumismo mediático televisivo que la gente no cuestiona. Consume. Ver la vida misma a través de un televisor en vez de salir a vivirla, mientras que otra persona, tan true como Truman juega a ser un Dios con cámaras por un rato. 


Durante los últimos años ha habido un crecimiento en la industria de este tipo de programas que llevan a cabo una mediatización de la realidad que no es natural. Encerrar a veinte personas dentro de una misma casa y ver como viven hurgando en sus intimidades. Espiar lo que matrimonios hacen con sus ex parejas en habitaciones de lujo. Ver como un grupo de adolescentes llevan adelante sus embarazos no deseados. Poner arriba de un escenario boxeadores que lustran caños con sus barrigotas acompañados por bellas mujeres ligeras de ropas. Liberar a una familia entera en el medio de un campamento de una tribu africana para ver los comportamientos de dos mundos distintos que no se conocen entre sí, quizás porque la televisión no se había ocupado de ellos, hasta hoy.

La gracia está en crear un producto novedoso, para captar a un público inocente y subestimarlo culturalmente al punto de hacerle creer que lo que ve, realmente es la realidad. Y hay quienes lo creen. Mitad culpa de que los tiempos que corren no permiten la creación de un contenido que requiera mas tiempo de atención y mitad porque quienes llenaron sus bolsillos a costa de las cabezas de otros lo seguirán haciendo hasta que alguien como Truman salga un día haciendo una reverencia y despidiéndose de su público con su “Buenos días y por si no nos volvemos a ver buenos días, buenas tardes y buenas noches", aunque pareciera que eso solo ocurre en la ficción.

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