La  realidad de una ciudad que se escurre en los ojos de quienes la  transitamos continuamente se mezcla con una ficción que busca lograr  personajes en personas comunes y corrientes, en su mayoría peruanos y  bolivianos que utilizan la droga como única salida a una sociedad que  los va consumiendo de a poco. 
    Una  suma de investigaciones e infiltraciones cómplices tan bien logradas  por el autor de este libro se encuentra correctamente arraigada a cada  una de las páginas que continúan. El relato se convierte en un  documental, que también podría ser una película de acción, que nace y  muere en la mente de cada lector. 
    Cristian Alarcón vuelve a poner el dedo en la llaga de una cultura que vive y respira actos ilícitos, tal como lo hizo en Cuando me muera quiero que me toquen cumbia,  donde refleja la vida de dos “pibes chorros” del conurbano bonaerense.  Con un lenguaje que acompaña los hechos y con una realidad cruel que se  hace carne en cada línea, zambulle a quien lo lea a un mundo que, si  bien no le es propio, tampoco le es ajeno. 
    La  droga ocupa un lugar en el banquillo de los acusados que la pone como  causa de muchos de los crímenes que se cometen en la actualidad. Lo más  determinante de la investigación muestra que el consumo y la venta no se  da por una cuestión de hambre, de necesidades, sino más bien por un  status que se compra o se adquiere consumiendo, formando parte de ese  mundo que se autodestruye poco a poco. 
    No es la primera vez que Alarcón trabaja de esta manera ni será la última. Tanto para este libro como para Cuando me muera quiero que me toquen cumbia y para el proyecto Jonathan no tiene tatuajes,  basado en crónicas sobre pandillas, avalado por la Coalición  Centroamericana para la Prevención de la Violencia Juvenil en países de  Centroamérica, el autor realizó investigaciones de lo más riesgosas y  profundas. 
    En el caso de Si me querés, quereme transa  pasó seis años investigando las cadenas de narcos, revisó causas  penales, y viajó a Lima para encontrar los detalles de cada movimiento,  sin perder la confianza de los traficantes. Como bien aclara antes de  comenzar, nunca buscó colaborar con la Policía ni con la venta, sino  comprender el mecanismo que se erige a un costado de la Ley. 
    Alarcón  es chileno, pero vive en Argentina desde 1975. Ha recibido el premio  Samuel Chavkin a la integridad periodística otorgado por el North  American Congres of Latin America. Escribió durante diez años en  Sociedad y Cultura del diario Página/12, y luego en las revistas TXT,  Rolling Stone, y en el diario Crítica de la Argentina. Actualmente  coordina talleres de crónica en América Latina, como el organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano creada por Gabriel García Márquez, en el que se tratará la creación de la crónica de la narcocultura.
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